lunes, 28 de noviembre de 2011

receta 35: SOLOMILLO DE CERDO CON SETAS.

Hace ya demasiado tiempo que no os dejo ninguna receta nueva y creo que ya va siendo hora. Como siempre, sigo con mi filosofía de que para comer bien y sin cargar de calorías nuestra dieta diaria, no es necesario ni ser un gran chef ni perder mucho tiempo en la cocina.
Una buena dieta no tiene que estar reñida con el placer de comer y, con un poquito de imaginación y buena voluntad, se puede ir un poquito más lejos del “lechuga y pechuga” que siempre se asocia a una dieta baja en calorías.
Para el plato que os propongo esta vez, utilizaremos solomillo de cerdo, que es una pieza muy magra que no aporta más de 150-160 calorías por cada 100 gramos, y setas, que andan aproximadamente por las 20-30 calorias por cada 100 gramos. Vamos allá.

SOLOMILLO DE CERDO CON SETAS.

Primero cortamos el solomillo en medallones y reservamos.
En una sartén cocinamos las setas con sal, una cucharadita (de las de café) de azúcar y un chorretón de vinagre y dejamos que evapore el agua que sueltan las setas. Podemos usar cualquier seta de temporada o las de cultivo o champiñones que encontraremos en cualquier mercado.
En un cazo ponemos a hervir uno o dos vasos de leche desnatada con los rabitos de las setas que previamente habríamos guardado o con un puñado de las mismas setas que estemos utilizando. Le añadimos sal y pimienta. Podemos aromatizarlo con alguna especia que nos apetezca (nuez moscada, orégano…). Cuando los rabitos y/o las setas estén cocidos, trituramos todo con la batidora.
En otra sartén con una gota de aceite y a fuego muy fuerte, sellamos  los medallones de solomillo por ambos lados de forma que queden dorados por fuera pero no hechos del todo por dentro y los incorporamos a la sartén de las setas.
Napamos los solomillos y las setas con la salsa que hemos preparado y damos un hervor para que liguen los sabores y se acaben de hacer los solomillos.
Y a chuparse los dedos sin perder la línea.

jueves, 17 de noviembre de 2011

tonto, pero no tanto

Muchos de los comportamientos que tenemos a diario se dirigen a comprender cómo somos vistos por los demás.
Tener una visión lo más precisa posible respecto a la manera en que nos perciben los demás es esencial, no sólo en nuestra vida privada, sino también en el ámbito laboral. 
Esto tiene implicaciones importantes, ya que tener mala percepción de los demás, o que la tengan de nosotros, puede dificultar sobremanera las relaciones personales o el trabajo en equipo.
Es preciso que uno mejore su autoconcepto. Cambiar la perspectiva que tenemos sobre nosotros mismos nos ayuda a predecir con más certeza lo que los demás piensan de nosotros.
Aunque lo que importa realmente no es lo que los demás piensan de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo. Por consiguiente, podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros mismos.

Se cuenta que en un pequeño pueblo, un grupo de personas se divertían a costa del tonto del lugar, un pobre infeliz que vivía de hacer pequeños recados.
Todos los días, algunos hombres llamaban al tonto al bar donde le invitaban a un refresco y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 50 céntimos  y otra de menor tamaño, pero de 1 euro.
Él siempre escogía la más grande (y menos valiosa), lo que era motivo de grandes carcajadas para todos.
Un día, una persona de buen corazón que observaba al grupo reírse  del inocente hombre, le llamó aparte y le preguntó si todavía no se había dado cuenta de que la moneda de mayor tamaño valía menos y este le respondió:
- Claro que me he dado cuenta, no soy tan tonto. Ya sé que la grande vale menos, pero el día que escoja la otra, el jueguecito se acaba y ni voy a tomar mi refresco gratis ni voy a ganar más mi moneda.
Moraleja: El hombre verdaderamente inteligente es el que aparenta ser tonto, delante de un tonto que aparenta ser inteligente.